Quien es RYO

Tiene quizá dieciocho años. De mediana estatura, su rostro es afilado con los pómulos pronunciados, conmovedores, la nariz de aletas algo anchas y el mentón acentuado bajo las mejillas. El pelo abundante y grueso de muchacho que no se lo peina, la piel portentosamente oscura; el cuerpo pleno y macizo, de espalda poderosa y alargadas piernas. Es vigoroso y viril a causa de sus proporciones justas. Tiene la sensualidad inocente y la gracia de un muchacho de pueblo. Los ojos son negrísimos, sesgados y amplios, llenos de dulzura. La mirada atenta todo el tiempo. Cuando sonríe clava sus ojos en los del otro y parece inyectarle toda la belleza de la que está cargado. La dentadura es blanca y luminosa; la boca tiene el mismo resplandor que los ojos.


La sonrisa brilla esplendente en sus ojos, penetrante e incontenible con el aire de un muchachito, como si el hambre, el sueño, la enfermedad, la corrupción, el horror no existiesen o no lo afectasen de manera alguna. Es fascinante y puro, con una gran capacidad para experimentar la felicidad. Para él el sexo es algo bello, alegre y placentero. Es libre como lo son los niños.


Es un estudiante, de esos de familia trabajadora que llegan desde la provincia. Sí, eso es: un estudiante que proviene de una familia obrera de la provincia y que lleva en sí, con gracia, la humildad y la rudeza de su origen: la pobreza.




Por las mañanas practica natación. En el agua resulta inalcanzable, se desliza venciendo trabas, obstáculos, molestias, maldades cotidianas. Allí, en esa serenidad, ni la mirada ni la vida encuentran ninguna resistencia.


Por las tardes trabaja como mesero en un complejo cantina–restaurante–salón. Vive en una de las innumerables habitaciones de una casa enorme convertida en residencia para los estudiantes que acuden de la provincia a la universidad. Es una casa vieja y muy triste perdida en medio de un montón de casas viejas en el centro de la Ciudad.