Es un muchacho de veintitrés años. Es alto, ágil y musculoso, tiene la cintura estrecha, anchos los hombros y las piernas largas y fuertes como de futbolista. Sus movimientos son muy flexibles. En sus ratos libres práctica frontón mano y corre. Corre. Se vislumbra bajo la intensa palidez de su piel un ligero tono cobrizo. Las facciones en su rostro están gravemente marcadas: frente amplia, nariz justa y precisa, ojos negros -de un negro profundo- grandes y dilatados, boca de labios gruesos. Los cabellos van cortos, hirsutos y rebeldes: una compacta pelusilla negra.
Es seguro de sí, aventurero y arrebatado. Tiene carisma y lo sabe. De vasta sonrisa es, no obstante, frágil, y parece tener marcada la desolación en el semblante. Vive como una especie de enfermedad que lo obliga a ocultarse detrás de esta apariencia de seguridad no coronada con el éxito y que es la revelación de su verdadera alma: tiene miedo, miedo del porvenir, miedo del amor, miedo de la violencia, de la intensidad, de lo desconocido, pero sobre todo de la verdad. Verdad que lo obliga a mantener una actitud negativa ante casi todo. Tiende al aislamiento y a la angustia, se adivina en él una profunda insatisfacción. Tiene la mirada triste y apagada. No mira nunca a los ojos, no cuando se le mira. Cuando ocurre, su mirada se pierde en el vacío, entre absorta, hastiada o sencillamente inexpresiva, indescifrable. Entonces huye. Su fuga encubre un terror profundo al conocimiento amoroso, al Eros. Esto lo conduce a la mortificación. A la muerte del alma.
Trabaja por las noches en un centro de atención telefónica para emergencias. Vive solo en un pequeño departamento dentro de un amplio complejo habitacional por el oriente de la Ciudad.
Es seguro de sí, aventurero y arrebatado. Tiene carisma y lo sabe. De vasta sonrisa es, no obstante, frágil, y parece tener marcada la desolación en el semblante. Vive como una especie de enfermedad que lo obliga a ocultarse detrás de esta apariencia de seguridad no coronada con el éxito y que es la revelación de su verdadera alma: tiene miedo, miedo del porvenir, miedo del amor, miedo de la violencia, de la intensidad, de lo desconocido, pero sobre todo de la verdad. Verdad que lo obliga a mantener una actitud negativa ante casi todo. Tiende al aislamiento y a la angustia, se adivina en él una profunda insatisfacción. Tiene la mirada triste y apagada. No mira nunca a los ojos, no cuando se le mira. Cuando ocurre, su mirada se pierde en el vacío, entre absorta, hastiada o sencillamente inexpresiva, indescifrable. Entonces huye. Su fuga encubre un terror profundo al conocimiento amoroso, al Eros. Esto lo conduce a la mortificación. A la muerte del alma.
Trabaja por las noches en un centro de atención telefónica para emergencias. Vive solo en un pequeño departamento dentro de un amplio complejo habitacional por el oriente de la Ciudad.
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