Por: Ulises Pérez Mancilla
Semanas después de haber iniciado el rodaje, me preguntaba cuál sería la unidad que definiría mi propuesta para la bitácora. Había mucho de dónde cortar: de entrada, se trataba de la primera película de Julián Hernández apoyada por el IMCINE con un presupuesto decoroso. No olvidemos que en sus dos filmes previos, este apoyo sólo se lo concedían tras enterarse de que había sido seleccionado para participar en el festival de Berlín... (¿Cambiaría eso su manera de filmar?... Desde luego que no).
¿Debía destacar entonces el exhaustivo casting para encontrar al más luminoso de sus personajes? ¿Contar de cómo nuevamente hizo que un joven abandonara sus clases en la Escuela Nacional de Teatro para filmar su primera película?, ¿de la difícil decisión de elegir a la actriz que interpretaría a una diosa dadora de vida? ¿de cómo Julián ha ido perfeccionando su método de dirección de actores (a veces dulce a veces cruel), basado en su fascinación por la vida de Fassbinder?
¿O era mejor centrarme en su equipo de trabajo?... ¿En el equipo leal y profesional que el productor Roberto Fiesco ha ido forjando al grado de crear vínculos de amistad estrechos y cada vez más complejos desde algunos años? ¿O en aquellos que por primera vez se unían a la experiencia de filmar con la familia Mil Nubes Cine?
Quizá debía avocarme en la mera magia de hacer cine y de las cosas que, como bien le gusta decir al director, hacen del cine “un acto de fe”: Y entonces venían a mi mente la entereza que uno saca de quién sabe dónde para sobrevivir a los llamados nocturnos, de la apropiación de los espacios citadinos más inimaginables que en menos de 12 horas pueden pasar de ser un basurero a un legitimo espacio de convivencia y creación...
Pensé en lo azaroso que es filmar, en cómo el rodaje cobra vida propia y las circunstancias y ánimos van definiendo el rumbo de la historia. De cómo la coincidencia más mínima le puede regalar a alguien su primer close up en el cine, de cómo 10 emplazamientos de pronto se vuelven un magistral plano secuencia y de cómo se va aprendiendo a amar cada lata de 400 pies...
Pero también pensé, ¿Y aquellos que no tienen nada qué ver con la filmación y lean esto? ¿les interesará saber que el ánimo de Giovanna Zacarías repuntó durante el rodaje? ¿qué el segundo asistente de cámara, pesé a su disciplina y pasión nata por hacer cine, quedó fuera del proceso de selección de la nueva generación del CUEC?, ¿qué Carolina Jiménez, del equipo de arte, suspendió un viaje a Praga por estar en el rodaje? ¿qué había días en los que, sin importar si el motor era la alegría inconmensurable o la desolación absoluta, el crew se entregaba a su trabajo como quien ama su oficio?
Probablemente haya quien esté más interesado en saber qué podemos esperar de esta película que vuelve a volcar a Julián en su obsesión por la búsqueda del amor a partir del perfeccionamiento de sus personajes, de sus espacios citadinos, de sus referencias cinematográficas (Dreyer, Emilio Fernández, Fassbinder, Tsai mig Liang, Apichatpong Weerasetakul), de su elección ética al momento de emplazar la cámara, de su necesidad de hacer cine, de sus eternos miedos, de sus eternas soledades.
¿Y la crítica, cómo recibirá una película de Julián Hernández con efectos especiales, filmada a color y en blanco y negro, con una probable duración de cuatro horas y con menos monosílabos que en su anterior filme? ¿Cómo la recibirá el público? ¿Quién será su público? ¿Le aplaudirán en Berlín o abandonarán la sala? ¿Encontrará distribuidor en México antes que en otras partes del mundo? ¿Cuánto tiempo pasará antes de qué vuelva a filmar?
Las preguntas son dudas que obsesionan. Y a veces, esta rara necesidad de hacer cine rebasa incluso a las preguntas más íntimas, las más convencionales, las que parecen tener la respuesta más obvia. Y cuando uno menos se lo espera ya está ahí: filmando con la vida por delante, a sabiendas de que lo único cierto de cada rodaje es que “cada película está hecha de fotogramas, se hace de un emplazamiento a la vez y pasa ligera como un día en la vida”.
¿Es que si amamos el cine, amamos la vida?
UNO
Al pie de las escaleras del metro Observatorio, los primeros curiosos creían que la mujer del vestido blanco y franjas negras era la Gaviota, pero no: era la Zacarías que con su primer dolly circular se ganaba el reconocimiento incluso de aquellos que dudaron que podría hacer de Tatei un gran personaje.
Company move a Lomas de Becerra para cenar casi uno encima del otro, mientras escuchábamos la remembranza de los peores días en la vida del primer asistente de dirección, en una época en la que, recién llegado al DF en espera de consolidar su carrera, caminaba desde los estudios Churubusco hasta esta zona de la ciudad por no poder costearse la renta en un lugar más céntrico.
A medio barranco con desagüe al aire libre, capturamos la intensidad de Javier Oliván y Joaquín Rodríguez que bajo una lluvia intensa recrean la violación de Andrés a Tari a un costado de una vieja caseta de vigilancia que hasta antes de que llegáramos nosotros, era el hogar de un puñado de muchachitos chemos.
Al amanecer, Julián parece contento de volver al blanco y negro, no obstante haber hecho su primer coraje con el equipo de vestuario (debido a la altura de Joaquín Rodríguez, las opciones de chamarra nunca terminaron de convencerlo).
DOS
Segundo nocturno. Hoy se filma la presentación del personaje de Ryo y Memo Villegas está nervioso porque anoche, Giovanna Zacarías le dijo que para ella era la escena más complicada por encima de las escenas de sexo, por la variedad de emociones que le demandaba. Zacarías lleva más de una docena de películas, mientras que este es el debut de Guillermo que hace apenas unas semanas, jugaba a ser actor en la liga de improvisación.
Intrigado por el emplazamiento del día, Marcos (un muchacho de seguridad que ha visto en la empresa Control fílmico su oportunidad para inmiscuirse de momento en el cine) se confiesa admirador del trabajo de Julián. La noche avanza rápido y los emplazamientos complicados comienzan a ser habituales.
Luego de un par de tomas para ella sola, la Zacarías ve venir a Guillermo que se presenta con una sonrisa encantadora. Frente a su monitor, entre toma y toma, el director no para de acomodar su cuadro con las manos, como si la pantalla fuese un control universal. Esta noche, Julián inicia formalmente un romance tormentoso con los efectos especiales.
La última toma es un espacio amplio donde llueve y el equipo de efectos nunca logra un aguacero que satisfaga al director. O es mucha lluvia ( al grado de desaparecer a los actores, descubriendo sin querer que en futuras producciones la lluvia en exceso podría ser un maravilloso y muy barato fade a blancos) o de plano es un aguacero ralo y disparejo.
TRES
Locación lejana al oriente de la ciudad. Estamos literalmente encima de un basurero donde pasada la medianoche las ratas se asoman a ver la toma entre chillidos y la banda vecina nos grita: “ahorita los vamos a asaltar a todos”. Llegando, llegando, había un remolino de curiosos que se fue disipando conforme llegó la medianoche...
Hubo por lo menos 10 ensayos antes de la primera toma del día. La secuencia correspondiente: el acecho de Andrés a Tari. Esta noche, Joaquín Rodríguez deja de lado la bitácora para concentrarse en su actuación. Horas más tarde sería arrastrado por un suelo nada higiénico una y otra vez hasta alcanzar el realismo deseado para su segunda gran secuencia.
La noche es corta y los emplazamientos largos y difíciles. A partir de hoy, será costumbre la síntesis aditiva, los paneos inesperados hacia lontananza y los box lunche para el equipo de trabajo que difícilmente puede darse el lujo de ir a comer porque nos gana el día.
CUATRO
“Acéptalo, esta no es una película de efectos especiales”, le dije a Julián días antes (especialmente porque el presupuesto real de la película está muy por debajo de los requerimientos económicos del guión). Sin embargo, aquí estábamos de nuevo dándole una oportunidad a las lluvias ficticias que después de muchos ensayos que incluso llegaron a exasperar a Julio Quezada, el asistente de dirección, no quedaron tan mal.
Lo frustrante de intentar e intentar es que la noche se consume más rápido que el día y los emplazamientos planeados originalmente se van modificando. Estresante, sin duda, sin embargo, todo parece indicar que la genialidad del director está precisamente en ir virando el timón del barco con resoluciones que lejos de parecer improvisadas, dan muestra de su oficio, talento y gran pasión por el lenguaje cinematográfico.
En pleno corazón del centro de la Ciudad, filmamos afuera de la Casa del Estudiante en República de Perú, donde toda la noche, no dejó de pasar por la acera un solo auto en extremo carísimo y repleto de banda de barrios aledaños, dejando claro que filmar es mucho menos redituable que vender piratería... O pornografía... O drogas. Asimismo, filmamos rodeados de vagabundos que apenas se inmutaron con las luces y el embrollo de la lluvia.
Este día, el director recibió una visita especial. Héctor Negrón, con su peculiar porte y estilo (siempre presentable y pulcro), iba de un lado a otro secando la ropa empapada de los actores, mientras la Zacarías y yo intercambiábamos recetas de antidepresivos, mal de amores y otras linduras, sólo para llegar a la conclusión de que las mejores terapias que puede uno tener, son los rodajes de Roberto Fiesco, el único productor que suele inundar el set de risas y bonhomía que a la mayoría alegra, pero que a su vez (y particularmente en circunstancias adversas) ponen muy tenso al director.
CINCO
Afuera había lluvia natural, pero hoy la acción era en el interior de la Casa de los Estudiantes. De pronto, un niño avispado (vecino del barrio que se encontraba jugando en las canchas del lugar), se acerca al monitor y de la nada dice: “Que lástima, esta lluvia les hubiera servido mucho ayer, verdad?”
Para este día, la delegada de la ANDA había solicitado un lugar especial para los actores en el set. Y se les proporcionó. Sin embargo, lo que la delegada no sabía, era que el crew que suele trabajar para Mil Nubes despierta tanta confianza, entrega y familiaridad que los actores (contrario a otras producciones en las se vuelven entes caprichosos y lejanos) sienten la necesidad de pertenecer (y por tanto convivir) con quienes nos volvemos sus más allegados durante unas semanas. De esta manera, el lugar acoplado especialmente para ellos, permaneció inhabitado durante toda la noche.
Guillermo Villegas, por ejemplo, será recordado por ir de un lado a otro con su carisma dicharachero y de habla enredada (su peculiar voz gruesa contrastaba con su candor infantil e inocencia). Como niño que lo cuestiona todo, se ganó el mote de “Memo Lio” luego de que se atreviera a cuestionar a la maestra Elvia Romero mientras lo maquillaba.
Este día el cansancio ronda con más ímpetu, pero los planos siguen siendo del gusto de todos. Al final de la jornada, casi al amanecer, hubo una especie de plano cuadrangular que implicó poner y quitar una puerta en plena acción. Hay participación activa de todos. Se realizan un par de tomas y de pronto, se frustra un último intento de mejorarla porque a la pipa se le acabó el agua.
Al parecer Sergio Jara ya había indicado que quedaba muy poca agua, sin embargo, igual despertó la furia del director que empezó a restarle confianza desde el primer día (sin importar si a veces su trabajo era del todo bueno o del todo malo). El sol estaba a punto de salir y en una de esas actitudes esperanzadoras de creer que intentándolo todo se puede, los chicos de efectos cambiaron sus mangueras a la bomba de la casa de los estudiantes pero (como se veía venir) llegó el claro del día y todo quedó en intento.
Había la intención de filmar hoy un musical con el tema de José José “Cada mañana”, pero pretender que se haría, desde que inicio el llamado, era el mismo caso de la lluvia de Jara.
SEIS
Después de la primera semana de llamados, el rodaje camina por sí solo (siempre y cuando haya material) y uno se apropia de la cotidianeidad que embarga a todos los miembros del crew: la amabilidad de don Jesús González (alias Moroco), la sonrisa de la asistente de maquillaje (siempre pendiente de que fuera a ser toma y preguntando qué lente iba pese a ser su primera película), el juego de Mario Guerrero que consistía en extender la mano y simular que lanzaba poderes (influencia directa de los X men) o simplemente la repetición de frases que acuñaba el asistente de dirección y que en cuestión de días todos repetían como merolicos (desde el cándido Ulichi AHHHHHHH, hasta la onomatopeya UFFA, que advertía que algo andaba mal o se avecinaban los problemas).
Lo especial de hoy era que visitábamos un nuevo set y que por primera vez habría variedad de actores extras. También sería exhibido Bramadero, el cortometraje con escenas de sexo explícito dirigido por Julián ex profeso para esta película. Clarisa Rendón, la actriz fetiche del director venía por una participación especial y en general, después de un lunes de descanso, el ambiente de trabajo era alentador.
El director estaba contento con el trabajo de Memo-Lio que después de una semana empezaba a dominar la mirada Julianesca y a llegar exacto a todas sus marcas. Julio Quezada se sentía como pez en el agua desplazando extras.
Mención especial merece el trabajo del equipo de arte, a cargo de Jesús Torres Torres que convirtió el decadente Cine Tacuba en un recinto homenaje al cine nacional con posters emblemáticos de nuestra cinematografía. Con la omnipresencia de Meche Carreño en varios de ellos. Y una Silvia Pinal de cartón que parecía atender la dulcería, donde el diseño era tan “pro” que hasta vendían condones.
SIETE
Al inicio de nuestros llamados, la última función de la exhibición normal en la sala del ciine Tacuba iba terminando, de manera que resultaba curioso ver las caras de los clientes que lo último que esperarían al salir de su cine porno favorito es encontrarse con una mesita de donas y café o la luz de un veinte mil rebotando sobre sus caras.
Hacía días Julián había decidido que en la secuencia en la que Kieri (Jorge Becerra) se topa con Bruno (Harold Torres), Becerra tendría que mostrar su miembro. Esta situación puso muy nervioso a Jorge pese a que en una parte importante de la película aparece desnudo y al parecer hasta entonces mostrar el cuerpo no era motivo de problemas para él.
En este segundo día, la mayoría de las secuencias se filmaron al interior del cine y Alex Cantú estaba particularmente contento con la iluminación que, junto con el staff, logró allá adentro. El desfile de actores extra continúo y los ligues ficticios en los pasillos del cine se extendieron. En un homenaje a Good Bye Dragon Inn de Tsai Mig Liang, el personaje de Clarisa Rendón (que iba por un llamado) se extendió y se volvió presencia constante en los rincones del cine. Desde el inicio de su carrera, Julián ha trabajado con ella y reconoce que pese a su relación de odio-amor, Clarisa es como su “amuleto de la buena suerte” y desde luego, una gran ctriz.
OCHO
Daniela Tena, la asistente de cámara que con los días fue ganando el cariño del crew con su amabilidad y sonrisa (pese a que al principio le fue difícil agarrar el ritmo de trabajo y demostrar que además de una chica bonita es una gran persona) bien lo decía: Íbamos por el tercer día en el cine y pareciera que sólo llevábamos un largo, largo día de trabajo.
Iniciamos con una escena en la que Clarisa proyecta el corto de Bramadero. Y ahí estaba otra vez el espíritu del cine mexicano entre nosotros. Hoy recibimos la visita de un grupo de jóvenes que realizaban un programa especial para canal 22. Había uno particularmente guapo. Y entre descanso y descanso, despertó los comentarios de Daniela, Elvia, Laura, Javier y Memo que empezaron discutiendo acerca de los estereotipos de la belleza y conforme se proyectaba el corto en los ensayos, terminaron reflexionando acerca de la estética del órgano reproductor masculino (¡Así son los tiempos muertos en el cine!)
Alfredo Audel, el staff mejor conocido como el 2.20 emanaba una energía abrumadora todo el tiempo: “No lo intenten en casa” solía decir mientras trabajaba y al llamado del señor Moroco respondía con un caricaturesco “Zuckkkk” (algo así como los PUM-PANG de la serie de Batman que significaba “voy enseguida” y pronto, cual niños de Kinder aprendiendo las primeras palabras, los miembros del crew empezábamos a repetirlo)... Para el 2.20, los tiempos muertos eran preciados justamente para estar al tanto de los partidos de la Selección Mexicana, que mientras filmamos se disputaban la Copa de Oro y la Copa América.
Este día filmamos sin parar el acecho de Tari (Javier Oliván) a Ryo (Memo Villegas) en los pasillos del cine. Una vez más, el equipo de foto, dirección y staff reservó su hora de comida para el wrapper.
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