Por: Ulises Pérez Mancilla
Suena a broma, pero como la depresión postparto, existe la depresión postrodaje y suele ser tan avasalladora como cualquier depresión al finalizar un ciclo. Uno empieza a extrañar y se vuelve indisciplinado después de un régimen de horarios y comidas, se mira reincidiendo en este extraño vicio (¡nadie dijo que hacer películas era sinónimo de estabilidad o bonanza económica!) y siente la necesidad (necedad) de seguir filmando. Algunos tienen más callo para no pasar por esta fase (o con seguridad van de un proyecto a otro como los del sindicato o hay compañeros con sólida experiencia que no terminan una película cuando ya tienen otra en puerta) sin embargo, difícilmente hay indiferencia cuando existe cariño detrás de un proyecto que independientemente de que se convierta en bueno o malo para la crítica o el público, desde su concepción se rodea por un peculiar halo de convicción desproporcionada. Rabioso sol, rabioso cielo tiene mucho de ello. Como he ilustrado en otras entregas, la mitad de los involucrados en Mil Nubes Cine trabaja por lazos de inexplicable solidaridad, por la pasión que despierta el proyecto. Porque esperamos los llamados con ansia y nos dejamos sorprender por cada plano. No importa cuan predecible se vuelva un dolly circular o un plano secuencia en el que un personaje corre detrás de la cámara para crear una elipsis temporal: Julián se las arregla para involucrar a su equipo y hacerlo parte de su dinámica creativa, de su historia adaptada según las complicaciones del día, de su anhelo de hablar a través de un emplazamiento. Al finalizar el rodaje lo primero que uno echa de menos es a la gente sin duda. Pero también se extraña el sazón de los muchachos del “Negro” como quien extraña el caldo de pollo de mamá en comercial de NorSuiza. Se extraña la tensión de que el material está a punto de terminarse, se extraña tener en qué pensar todos los días (que si mañana se entrega un set, que si mañana vence el permiso de la delegación, que si la cortina de la ventana estaba abierta o cerrada, que sólo hay dinero para pagar a los del sindicato y hay que avisarle a los de casa que su pago se posterga, que los tacones de la actriz principal se rompieron) Se extraña tener una camada de amigos a quienes abrazar o simplemente sentirse parte de algo que te aviva. Se extraña la placentera sensación de unir fuerzas en torno a un todo seductor (la película misma) que a distancia no es más que “otro evento significativo en nuestras vidas” (curriculum, experiencia, oportunidad de romance, cosecha de amigos, aprendizaje) pero que mientras ocurre, puede llegar a perdernos al grado de entregar todo por el proyecto. Desde el director hasta el aparentemente menos indispensable del crew, el rodaje consume horas de vida (no en vano quienes nos dedicamos a esto envejecemos por película y no por años)... Por eso, hablando de vivir: ¿Quién quiere perder su preciado tiempo en proyectos que no despiertan la mínima porción de amor-odio-pasión? La idea es puramente romántica o de lo contrario no existiría industria (por inexistente que ésta sea) y nos quedaríamos sin comer y los jóvenes no tendríamos la oportunidad de aprender echando a perder... Pero siempre hay sus excepciones. Celebrar la llegada de un proyecto que desde su nombre te demanda atención genuina es un golpe de suerte, extrañarlo una mera consecuencia. Cuando Passolini elabora su teoría acerca del cine como semiología de la vida, profundiza más allá de la idealización (infantil) de que “el cine es mejor que la vida”. Desde luego no lo es, pero se explica a través de él. Una película ⎯en la ficción y en la realidad⎯ perpetua un fragmento de existencia. De nuestra existencia. Quizá por eso algunos extrañamos de más.VEINTIDÓS
Como si la ufana transición de poderes no hubiera pasado por Chimalhuacán, los burros se pasean por las calles sin empedrar jalando una carreta de fierros viejos con el logo del PRI despostillado. Hay charcos por todas partes y viejas pintas de solidaridad. Todas nuestras tomas de hoy son sobre un camión en movimiento, con variedad de pasajeros (mucha gente del crew) y Tatei (Giovanna Zacarías) contemplando el injusto reparto de riqueza e injusticias sociales que hay en nuestro país. O la miseria del mundo moderno.
El desfile de cameos del crew lo encabezaron Iván y Pepe (del staff), Álvaro (el extra omnipresente de esta película), Iliana, Fiesco... Pero el mejor de todos fue Ángelo, quien se dejó dirigir por el director y al escuchar que se trataba de un pasajero triste y desolado se esmeró por conseguir el ojo Remi al borde de la lágrima con sendo rostro desencajado.
Desde que empezó el día no se hablaba de otra cosa que del partido entre México y Argentina, empezando por el promotor número uno de la Selección Mexicana (el 2:20). Llegada la hora, el videoassit sirvió de señal para ver fracasar a la Selección Nacional de futbol una vez más. La cara del 2:20 era tristeza pura.
El tradicional servicio de alimentación de don César Castro “El Negro” se la rifó con unas carnitas que venían muy al caso. Esa tarde, también llegó a filmar Jorge Becerra que se sobreponía siempre con una sonrisa a los disgustos de Julián que cada vez ocultaba menos su molestia con él (hoy el “negrito en el arroz” es que percibe al actor con una masa muscular distinta o lo que es lo mismo, ligeramente pasado de peso).
Hoy debuta en un pequeño papel Manuel. Un muchacho michoacano harto fotogénico, de rostro duro, acciones impulsivas y carácter inquietante (al estilo de las actuaciones de Meche Carreño) que estuvo a punto de ser elegido para el personaje principal (Ryo). Julián vierte su atención hacía él dejando en el desamparo a Jorge Becerra que cada vez recibe menos indicaciones de su director.
Al final del día, Daniela Tena (que a partir de mañana deja el rodaje por compromisos adquiridos con anterioridad) fue bautizada con un buen baño de ceviche y otras menjurjes. Danielita, una niña hermosa de espíritu y apariencia es otra de las que se ganó la simpatía de todos aunque al principio algunos apostaban (prejuiciados por su desempeño en un cargo generalmente atribuido a los hombres) que no duraría más de una semana.
VEINTITRÉS
Vamos por una secuencia en la que el personaje de Ryo muestra sus mejores dotes en la natación. Es una escena breve. Homóloga a la de Tari en el box y Kieri en el frontón.
Desde muy temprano, mientras nos trasladamos a la alberca del deportivo donde filmaríamos, Julián iba muy contento escuchando las remembranzas de Memo (su pupilo favorito) tras haber pasado casi todo el fin de semana viendo películas, luego de que en su calidad de director, le comentara que las cualidades histriónicas que debía seguir para su carrera eran las de David Silva.
Intercambiaron opiniones de películas mexicanas en todo el camino (la especialidad de Memo es hablar y hablar sin parar) y el director se veía orgulloso de su muchacho.
En cuanto al crew, venir a hacer esta secuencia (que no implicó ni medio día) era casi un trámite. Cero complicaciones y a lo mucho un elemento de cada departamento.
Originalmente, Ryo tendría que echarse un clavado desde la plataforma pero luego del episodio del frontón y a que Memo había externado su miedo por no ser un profesional de los clavados, la secuencia cambió a simplemente verlo nadar portentosamente.
Sobre su eje de natación había una pequeña plataforma (menos de 1 metro) y Julián le pidió a Memo que entrara a la alberca con un clavado desde ahí. Así iniciaría la secuencia. Sin embargo, esos centímetros de distancia ofuscaron a Memo y el miedo lo bloqueó por completo. Sus clavados eran irrisorios. Pronto los entrenadores del lugar se acercaron para burlarse de él. Su posición era mala, le faltaba confianza y al final entraba al agua con las piernas engarruñadas haciendo patos.
Julián se molestó.
La lógica era aplicar la misma técnica que con sus otros actores cuando lo defraudaban. Y lo hizo, aunque esta vez le costó trabajo y, diría yo, aplicó el método julianesco sólo por congruencia. Memo fue ignorado, por minutos cayó del pedestal y se sintió triste, pero el castigo de la indiferencia lo impulso a seguir intentándolo aunque la toma hubiese sido declarada ya como perdida.
Mientras el equipo subía al trampolín de varios metros para hacer una toma abierta final, Memo siguió intentando el clavado con ayuda de Tohui, Laura y Paco (el chofer de producción) que lo orientaban sin cesar hasta que: ZAZ! El muchacho había logrado clavarse con el ímpetu que Julián quería. Desde arriba, el director lo observaba y el equipo le hacía señas para que se percatara de que el actor ya había podido.
El hecho le dio ternura sin duda, pero Julián optó por pedirle a Julio que por el radio le dijeran al actor que dejara de echarse clavados si no quería despertar su furia.
- ¡Que desaparezca de mi vista!
Memo paró. Y aunque ya había aprendido a echarse clavados, Julián le negó la oportunidad de hacerlo en la siguiente toma. El chico entristeció. Pero el castigo había sido aplicado.
Julián, satisfecho de haberle dado una lección a su manera, “lo perdonó” esa misma tarde.
VEINTICUATRO
El primer recuerdo de estar en el foro del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) es que aquí mismo terminamos el rodaje de El cielo dividido, próxima a estrenarse este 7 de septiembre. Casi tres años después volvemos con otra historia qué contar, como diría José José: “cada mañana, cada mañana”. Para muchos es nuestro debut en el Green Screen y la experiencia resulta sumamente aburrida y desesperante pues para preparar técnicamente el chistecito pasaron por lo menos seis horas.
Cantú, burlándose de sí mismo, exclamó lo abrumado que lo tenía haber iluminado una pantalla verde como si fuera un auto para comercial.
Luego había que coordinar que los cables de los arneses no se vieran, que las partes privadas de los actores no sobresalieran más de lo normal y así por el estilo pasamos casi todo el día, aprovechando el tedio para bromear mientras la cámara registraba las escenas de “vuelo” de Tari y Ryo que serían impuestas sobre las tomas áreas que se realizarían posteriormente en Querétaro.
Mario Guerrero volvió estos últimos tres días para alegría de un crew que para sorpresa de él mismo, se había echado a la bolsa y le profesaba cariño sincero.
Desafortunadamente otros acontecimientos rondaban por su cabeza (y sí, volvió sin haber resuelto uno sólo de sus problemas).
Por la tarde realizamos tomas que se nos quedaron colgando de otros días. Todas de Javier Oliván que corría con esa suerte. Memo por su parte estaba feliz en su terruño (CNA) y curioseaba al ver pasar a aquellos aspirantes que se convertirán en sus compañeritos en su futuro regreso a clases en la ENAT.
VEINTICINCO
Estamos en el viejo edificio de Relaciones Exteriores en Tlatelolco y desde nuestra llegada los rumores de leyendas y fantasmas se dispersan entre bromas que denuncian el ambiente relajado de fin de rodaje. Mientras arte ultima detalles en lo que será la oficina de telecomunicaciones donde trabaja Kieri, iniciamos dos tomas con los rostros de Javier Oliván y Jorge Becerra dentro de una enorme pecera que simulará el punto de vista del lavabo en el que, casi simultáneamente se les revela la imagen de Ryo.
A punto estuvo la producción de tener que llenar la pecera con agua de garrafones pues la de la llave no era totalmente clara pero al final no hubo necesidad. Desde muy temprano fueron dándose cita las visitas. Fiesco, gustoso de las fiestas y las relaciones públicas, organizó una foto de crew y amigos para el final de la noche, así que se dejaron caer desde actores que interpretaron bits hasta el mismísimo Armando Casas, que en su calidad de director del CUEC dotó de invaluable apoyo a esta película.
-¿De dónde vienen?.
Nos preguntábamos sentados sobre manzaneros cuando vimos pasar a un equipo de prensa: fotógrafos y reportera cruzando.
-Son de Cine Premiere. Respondió alguien.
-Vaya –ironizó Julián- ¡por fin!
Al finalizar las secuencias, Cine Premiere fotografió a Julián en el helipuerto del edificio. Lo acompañamos Laura, Roberto y yo. La vista era fascinante. Como tener un mapa vivo de la ciudad en pleno atardecer, con oportunidad de virar hacia todos los puntos cardinales. Una estampa única que por sí misma recompensaba la andanza de deambula en filmación.
De esos regalos que, de no haber estado en la película jamás los hubiésemos registrado (algo similar ocurrió con el interior del Cine Ópera, o la locación de Bramadero).
Para las tomas de la oficina de telecomunicaciones la dispersión era proporcional a la emoción de dar wrapper. Amigos de Julián hacían una aparición especial (Pilar, Edith, Luis Adrián, etc.) y pronto la noche nos consumió. Vinieron los abrazos y las cervezas para brindar enseguida de la foto que resultó entrañable y caótica. Mientras staff y arte desmantelaban a oscuras el set, los brindis siguieron con una despedida que olía a pronto regreso (por algunas secuencias que quedaron pendientes porque el presupuesto nos sobrepaso).
Afuera del edificio Fiesco (que disfruta enormemente el ritual de bautizar a quiénes debutan en el cine) preparaba la bienvenida a los nuevos (aunque una regla de los bautizos en Mil nubes es que si debutas en un nuevo puesto también aplica). Arely, Jorge, Javier, Memo, Sebastián, Héctor, Iliana, Ángelo, Hugo y Daniel (veteranos que debutaban por primera vez como gerente y productor ejecutivo respectivamente) fueron apresados con una cuerda en círculo, tomados por las muñecas.
Alguien que venía saliendo del edificio preguntó por la ausencia de Joaquín Rodríguez (bitácora de rodaje) y todos callaron (y lo callaron) pues minutos antes, entre aspavientos de molestia, Joaquín había dejado claro lo desagradable que le parecía el ritual (un tema que siempre divide opiniones cada fin de rodaje pues algunos piensan que es bonanza cinematográfica, mientras otros, que es una mera salvajada de “mal gusto”).
Los compañeros fueron bañados de quién sabe que mierda en un parque aledaño. A Hugo le cayó completa una cubeta de pintura azul y lució como pitufo durante unos minutos con su característico pantalón caído mostrando media nalga. Arely buscaba embarrada de desperdicios a doña Elvia, que maternalmente le había guardado ropa limpia y gozaba el desmadre desde una banca. Las corretizas siguieron y, como es costumbre en Laura, también terminó bañada de todo.
La ironía de Ángelo (asistente de locaciones) es que recién bautizado, con los desperdicios todavía cayéndole del cuerpo, con escoba en mano tuvo que empezar a limpiar los desmanes. Volvieron los abrazos y con ellos el amanecer. El desconcierto de no tener llamado al día siguiente.
FIESTA DE WRAPP
Estamos de vuelta a la casita (íntima, acogedora, derruida) de Holbein (bunker de Mil nubes) para dar cierre oficial a la filmación de esta película que todavía tiene mucho trecho por recorrer. La cita era a las 9 pero cómo suele ocurrir en estas fiestas, la banda se deja caer ya entrada la noche conforme la búsqueda de chelas marca la dirección correcta, sin importar ya el motivo de la fiesta o quién chingaos dirigió la película.
Mientras Iliana y Laura se lanzan a la Comer por unos destapadores (siempre precavidas, siempre consideradas) Julián, Roberto, Joaquín, Jesús y yo bebemos alrededor de una hielera retacada de cervezas por ahí de las 10 de la noche. Brindamos de manera sobria (nada qué ver con lo que está por venir) y en eso hace su aparición Chava Álvarez que con su peculiar humor se pregunta si acaso es una “fiesta minimalista, homenaje a Antonioni o qué carajos”.
Pronto, los invitados comienzan a llegar: Y para ser certeros, las fiesta de Wrapper se asemejan mucho a esos capítulos de Navidad en los que los personajes de dos series distintas se juntan por primera vez y uno como espectador tiene el placer de ver brindar a los Picapiedra con los supersónicos. O de ver a Miss Peggy entonar villancicos con el pájaro Abelardo por decir algo.
La fiesta estuvo abarrotada. Estaban todos (y hasta los que ni al caso). La música pasó por manos de los DJ’s megalómanos de closet Julio y Julieta (entrañables amigos desde que se conocieron en El último profeta) y ya casi al final: Crispín Zaragoza (la única e inigualable Chispa) puso el toque pop comercial que puso a cantar al más culto “shabadabada, shabadabada” y a suplicar con garganta de borracho “sólo quédate en silencio 5 minutos”.
Una gran parte del crew se refugió en la cocina, lugar sede de la música y otros detrás del escritorio del señor productor Roberto Fiesco. Mientras la mayoría cuequera abarrotaba el patio (típico en los wrappers), la diversión corría en forma de cigarrillo rehecho. Rolaron uno, dos, tres, cuatro, cinco... hasta que el distribuidor (Alex Cantú) se sosegó abatido por el ímpetu de los iniciados que no dejaban de pedirle.
Ileana recuerda haberme visto, junto con Memo Ryo, postrado sobre la pared aproximadamente media hora con una tremenda sonrisa y los ojos rojos a reventar. Recuerdo media fiesta y lo que recuerdo de ella (además de una buena jarra en el estricto sentido de la palabra), son estampas divertidas de la vergüenza anulada por el alcohol:
Alex Zuno besando de la nada a un amigo que Fiesco conoció el año pasado en España justo en el momento en que todoelmundo iba pasando por ahí, el director de Todos los días son tuyos correteando efusivamente a veces a Laura, a veces a Sandra (la script de la ópera prima del CCC), Mario Guerrero discutiendo un malentendido con Pepe Valle a propósito de una telenovela cuequera que se asemeja a la verdad detrás de El búfalo de la noche, Julio Quezada en gallarda plática con la señorita Palma y Donceles, Julián prendiendo la luz de los cuartos de la planta alta dejando desprotegidas a las parejas que buscaban privacidad, Maestri otorgándole su opinión sincera a Pierre (que públicamente reconoce la influencia de Julián sobre su trabajo y su gusto por homenajearlo) acerca de sus controvertidos cortometrajes, Giovanna Zacarías en el plano más alivianado y tranquilo gozando de la reunión hasta el amanecer...
Recuerdo ⎯vagamente antes de vomitarlo todo y volver como si nada a beber gatorade y a administrar las chelas en el plan más mamón y pacheco al grado de negarlas a los desconocidos y obsequiarlas a mis allegados cuál cadenero discriminatorio⎯ un reencuentro-desfile-vaivén de amigos, conocidos, amigos de los amigos, futuras estrellas y demás por la casita de Holbein, cantando y bailando y socializando hasta que terminó el alcohol y los sobrevivientes partieron a desayunar mucho después del amanecer.
Terminó la fiesta y con ella, de alguna manera y por algún tiempo la atención masiva hacia el filme concebido... por lo menos hasta que salga de la intimidad celosa de la sala de edición.
Más allá de los brindis y la desfachatez buena onda, regreso a los resquebrajos emocionales (cuestionamientos, deberes, miedos, añoranzas y demás) que trae consigo el final de un proyecto que sientes que te pertenece, acaso porque ahora pertenece también a tu historia de vida.
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