Primer día oficial de rodaje de Rabioso sol, rabioso cielo en el Distrito Federal.
Por: Joaquín Rodríguez.
El llamado fue a las 6:30 p.m. en unas largas escalinatas situadas a un costado del metro Observatorio. Parte del crew es el mismo que acompañó a Julián Hernández en su aventura anterior, el largometraje El cielo dividido. Las constantes entre aquel rodaje y este no solo serán las de su equipo de colaboradores, sino muchas otras, sobre todo en lo que tiene que ver con un autor que define su estilo, y concreta un universo visual y temático perfectamente claro y definido desde sus primeros cortos en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC).
Rabioso sol, rabioso cielo es la continuación de la búsqueda emprendida por Julián Hernández desde sus años de formación escolares, y es ya su tercer largometraje, una proeza en un país que apenas ahora intenta reactivar su industria fílmica, extinguida desde hace 17 años. Sin embargo, y pretendo aclararlo desde ahora a quienes lean estas líneas y se pregunten si esta será “otra” película de Julián Hernández, o mejor dicho, si esta será una repetición de lo ya visto, creo que podemos hablar de una evolución (lógicamente, solo el producto final lo dirá cabalmente), y de una propuesta que reitera temas y obsesiones presentando múltiples novedades.
No tiene caso extenderse mucho en ello porque la descripción de la filmación podrá dar claves de cuan “nueva” es esta película, pero si creo que estamos filmando una película en donde Julián se toma nuevos riesgos, y amplía considerablemente las fronteras de su universo.
Cuando digo filmamos, puedo decir además con cierto orgullo que no solo soy un “invitado” a su rodaje –alguien que tuvo la peregrina idea de escribir un diario de filmación-; sino que formo parte de este universo al colaborar también como actor. De hecho, este primer día de rodaje oficial es también el de mi primer llamado como actor.
Sin embargo, la primera toma, en Observatorio, no me corresponde en esta faceta. Ese honor le corresponde a Giovanna Zacarías, quien filma la primera toma a las 9:14. Esto fue luego de numerosos ensayos (la dinámica habitual en todo rodaje y sobre todo en uno de Julián), y solo puede ser de esta manera ya que se trató de un dolly que sigue los pasos del personaje de Tatei (Zacarías), mientras sube la escalinata lentamente. Más adelante, el rodaje continuará con otra toma en la que ella llega hasta la parte superior de la escalinata, y fue una toma aún más complicada que involucraba un dolly circular, es decir, la cámara giraba alrededor de ella 360 grados, en la que los ensayos fueron aún más numerosos dada la complejidad del movimiento de cámara y la precisión que se requería. Digamos que este es el trademark de Julián, que si bien ha destacado por sus propuestas visuales y sus cuidados encuadres y movimientos de cámara, llevó estos a un grado de suma estilización en El cielo dividido.
La búsqueda, en este sentido, continúa en este largometraje, y la dificultad para sacar adelante las complejas tomas que Julián exige a su fotógrafo, Alejandro Cantú, será otra de las constantes que continúan el tipo de trabajo concretado ya en el largo anterior.
En estas escalinatas, el rodaje concluye aproximadamente a las 11:30 de la noche, y la compañía se traslada a la siguiente locación, una aislada caseta de vigilancia abandonada, situada como a veinte minutos y ya entrados en el barrio de Santa Fé. Ahí intervengo ya como actor (es un personaje secundario), y mi alternante es Javier Oliván, uno de los protagonistas de esta historia, actor egresado del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, y que con esta película tiene su primera oportunidad como protagonista.
El resto de la noche (filmamos hasta las 6:15 de la madrugada, a punto de salir el sol) fue complicada para muchos de nosotros, y no solo porque se trataba de una secuencia en la que había que retratar violencia sexual, sino porque toda la acción ocurría bajo una lluvia torrencial, cortesía del equipo de efectos especiales.
En este sentido, es curioso el contraste de ver a dos actores empapados durante toda la noche, actuando frente a un equipo técnico cubierto enteramente de plásticos e impermeables. En mi caso, fue difícil sobre todo soportar los constantes chapuzones, toma tras toma, a lo largo de casi seis horas que tomó concretar tres emplazamientos, todos ellos bajo la lluvia falsa, y padeciendo un frío de madrugada que no se había dejado sentir en las últimas semanas de este caluroso verano. Pero no es queja, porque era evidente la preocupación del equipo por nuestra salud, intentando mantenernos secos la mayor parte posible del tiempo, y secándonos en cuanto se gritaba “corte”.
Rabioso sol, rabioso cielo es la continuación de la búsqueda emprendida por Julián Hernández desde sus años de formación escolares, y es ya su tercer largometraje, una proeza en un país que apenas ahora intenta reactivar su industria fílmica, extinguida desde hace 17 años. Sin embargo, y pretendo aclararlo desde ahora a quienes lean estas líneas y se pregunten si esta será “otra” película de Julián Hernández, o mejor dicho, si esta será una repetición de lo ya visto, creo que podemos hablar de una evolución (lógicamente, solo el producto final lo dirá cabalmente), y de una propuesta que reitera temas y obsesiones presentando múltiples novedades.
No tiene caso extenderse mucho en ello porque la descripción de la filmación podrá dar claves de cuan “nueva” es esta película, pero si creo que estamos filmando una película en donde Julián se toma nuevos riesgos, y amplía considerablemente las fronteras de su universo.
Cuando digo filmamos, puedo decir además con cierto orgullo que no solo soy un “invitado” a su rodaje –alguien que tuvo la peregrina idea de escribir un diario de filmación-; sino que formo parte de este universo al colaborar también como actor. De hecho, este primer día de rodaje oficial es también el de mi primer llamado como actor.
Sin embargo, la primera toma, en Observatorio, no me corresponde en esta faceta. Ese honor le corresponde a Giovanna Zacarías, quien filma la primera toma a las 9:14. Esto fue luego de numerosos ensayos (la dinámica habitual en todo rodaje y sobre todo en uno de Julián), y solo puede ser de esta manera ya que se trató de un dolly que sigue los pasos del personaje de Tatei (Zacarías), mientras sube la escalinata lentamente. Más adelante, el rodaje continuará con otra toma en la que ella llega hasta la parte superior de la escalinata, y fue una toma aún más complicada que involucraba un dolly circular, es decir, la cámara giraba alrededor de ella 360 grados, en la que los ensayos fueron aún más numerosos dada la complejidad del movimiento de cámara y la precisión que se requería. Digamos que este es el trademark de Julián, que si bien ha destacado por sus propuestas visuales y sus cuidados encuadres y movimientos de cámara, llevó estos a un grado de suma estilización en El cielo dividido.
La búsqueda, en este sentido, continúa en este largometraje, y la dificultad para sacar adelante las complejas tomas que Julián exige a su fotógrafo, Alejandro Cantú, será otra de las constantes que continúan el tipo de trabajo concretado ya en el largo anterior.
En estas escalinatas, el rodaje concluye aproximadamente a las 11:30 de la noche, y la compañía se traslada a la siguiente locación, una aislada caseta de vigilancia abandonada, situada como a veinte minutos y ya entrados en el barrio de Santa Fé. Ahí intervengo ya como actor (es un personaje secundario), y mi alternante es Javier Oliván, uno de los protagonistas de esta historia, actor egresado del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, y que con esta película tiene su primera oportunidad como protagonista.
El resto de la noche (filmamos hasta las 6:15 de la madrugada, a punto de salir el sol) fue complicada para muchos de nosotros, y no solo porque se trataba de una secuencia en la que había que retratar violencia sexual, sino porque toda la acción ocurría bajo una lluvia torrencial, cortesía del equipo de efectos especiales.
En este sentido, es curioso el contraste de ver a dos actores empapados durante toda la noche, actuando frente a un equipo técnico cubierto enteramente de plásticos e impermeables. En mi caso, fue difícil sobre todo soportar los constantes chapuzones, toma tras toma, a lo largo de casi seis horas que tomó concretar tres emplazamientos, todos ellos bajo la lluvia falsa, y padeciendo un frío de madrugada que no se había dejado sentir en las últimas semanas de este caluroso verano. Pero no es queja, porque era evidente la preocupación del equipo por nuestra salud, intentando mantenernos secos la mayor parte posible del tiempo, y secándonos en cuanto se gritaba “corte”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario