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martes, 20 de octubre de 2009

ARIDO Y RABIOSO PARTE

Por Ulises Pérez Mancilla


Mucho, mucho tiempo después (o mucho, mucho tiempo antes) la banda milnubera se reunió en distintas ocasiones para filmar la segunda parte de Rabioso sol, rabioso cielo: una épica ancestral filmada a colores que sirve como epílogo para reinterpretar la metáfora de de una diosa (Tatei) que, en su afán por devolver la alegría a un mundo desesperanzado, encomienda a un joven (Ryo) la tarea de hacer palpitar los corazones de otros (Tari, Kieri) y prodigar el amor en la tierra.



Al mejor estilo de Apitchapong Weerasethakul (cineasta altamente valorado por Julián) la película da un giro estrepitoso por ahí de las dos horas de duración (de un total de 3 horas y veinte que no estarán en la versión comercial, pero sí en el DVD). Lo que viene a continuación del capítulo urbano (filmado en blanco y negro), es una odisea mágica atemporal. Una especie de realidad alterna que devolverá a los personajes a un estado de existencia pura, en convivencia plena con la naturaleza y sus sentimientos sin remedos. Realidad alterna para los personajes y realidad alterna para nosotros que experimentamos la gloria de filmar en un contexto ajeno a nuestra cotidianeidad. A veces adverso, a veces intensamente apetecible, espiritual, gozoso, repetitivo. Ésta vez, fue el paisaje quien dictó las reglas de la marabunta fílmica que, dicen (no se lo digan a nadie) suele dejar un sinnúmero de destrozos a su paso.



Sí, el cine también destruye. No éramos el ejército de Spielberg, ni de Lucas, ni de Jackson; por eso al dar el claquetazo inicial Julio Quezada, el primer asistente de dirección se encomendó a Servando González y no a los majors hollywodenses. Por eso, le será irresistible a los críticos encontrar referencias hacia Las mil y una noches de Pasolini cuando la verdadera fuente de inspiración es Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio.


Por eso, eternamente limitados de recursos (menos del millón de dólares promedio que ocupa una película mexicana), volvimos una y otra vez a la Ciudad de Querétaro al municipio de Cadereyta a filmar. Por eso, cuando ya no se pudo ir ahí, hubo que buscar cuevas y paisajes agrestes hasta en el corazón de la delegación Iztapalapa. Por eso creemos y confirmamos reiteradamente la vieja y favorita frase de Julián: “el cine es un acto de fe”.


ARRIBO El autobús que llevó al crew a Querétaro partió de Churubusco y se descompuso en el distribuidor vial de San Antonio. Luego vino otro y se descompuso cerca de San Juan del Río. Finalmente, llegamos a nuestro destino entre señoras con bultos de mandado y costales cual Cantinflas o la India María en los viejos guajoloteros que arribaban a los despoblados de sus películas. Cadereyta es un lugar hermoso empero solitario: mágico. Rápidamente nos familiarizamos con sus empedrados y sus locales de Internet para dar continuidad a nuestros vicios citadinos. La cena se servía en el hotel y daba para comentar los pormenores del día luego de un buen baño o un zapping a los canales de cable. Vivir en un hotel siempre te da un aire de sosiego, un cambio de aires que para nada fue la excepción en este rodaje…

EN EL CAÑÓN El primer día de filmación había alta expectativa. El crew despertaba con el ánimo de un grupo explorador: Fiesco, el productor que de vez en vez hacía el making off, bajaba por el precipicio desenfundando su recién estrenada cámara P2 (que en la ciudad terminó como videoassist de lujo y actualmente registra las imágenes de su documental Quebranto).


Sonrientes todos, el primer día era jubiloso y no distó mucho del ánimo que embargó a todos en la semana que duró nuestro viaje (el primero de dos). Ese día, Julián no estaba seguro si el vestuario de Kieri era el adecuado y por la mañana me confesaba que a diferencia de la ciudad (territorio ampliamente conocido por él), se sentía extraño en el monte en medio de la nada (por así decirlo) tratando de contar una historia a su manera (planos secuencia con paso de tiempo siguiendo a un hombre de cuerpo escultural embarrado de barro y escalando cerros y más cerros, no era para menos).



Conforme llegaba el mediodía, el crew se iba mimetizando con la naturaleza: Joaquín Rodríguez (en esta parte de la historia, ávido cronista) y Laura García de la Mora (vestuarista) guareciéndose del calor en una grieta, Jorge Becerra aprendiendo a caminar descalzo…



Hoy filmamos en el imponente Cañón Corral de Piedra y mientras el dueño del Ejido (de una belleza natural impresionante) discutía airadamente con el gerente de producción (Daniel Alonso) por invadir su propiedad (a punto de sacar pistola), Julián filmaba el primer contacto de Guillermo Villegas con una cámara a toda prisa. Memo se presentaba al set desnudo, recién peleado con Elvia Romero (ganadora de dos Arieles por El callejón de los milagros y Las vueltas del citrillo) por su impaciencia en el proceso de maquillaje. El joven debutante había osado, según versión de la maestra Elvia, en cuestionar su trabajo.







CON SÓLO BARRO LO FORMÉ…Todas las mañanas, desde las 5 a.m., la señora Elvia, Arely Palma (en su debut como asistente de maquillaje) y yo iniciábamos la preparación del maquillaje de Jorge Becerra. El proceso duraba dos horas y media en las que él debía permanecer desnudo (con un frío del carajo). Me tocaba cargar las cubetas de agua para que Arely preparara el barro hasta encontrar la consistencia, Elvia lo maquillaba (el barro) y posteriormente se lo embarraba al actor por el cuerpo (según las partes que la continuidad dictara). Mi apoyo finalizaba endureciéndole el barro mientras le tiraba aire caliente con dos secadoras por 20 minutos.El proceso lo repetimos más de ocho días en que la convivencia nos llevaba a perder el pudor, a bromear, a emocionarnos con el trabajo hecho, a perfeccionarlo. Como siempre, Elvia estaba al tanto del más mínimo detalle, pero como pocas veces, tenía un ánimo conciliador, alegre, la sensación de estar entre amigos, de asumir sin molestias la sencillez (que no precariedad) del rodaje. Una mañana Elvia encendió su grabadora y apareció la voz de Enrique Guzmán cantando: “con sólo barro lo formé” y de inmediato la adoptó como suya. Estaba aportando su granito de arena a la creación de Kieri, estaba a leguas orgullosa.






El segundo día de filmación se caracterizó por la montura de rieles en los lugares más agrestes, por una caída estrepitosa de Alex Cantú en pleno dolly circular y por el descubrimiento del Sharpie como una efectiva herramienta de trabajo.








VALLE SAGRADO

Correspondiente a una secuencia onírica dentro de lo onírico. Este día no hubo necesidad de maquillar a Jorge Becerra pues andaría desnudo por las Ruinas de Toluquilla.

Arely, confiada de que este día no maquillaría, durmió un poco más al grado de ignorar su despertador. Paola, la contadora, que era su roommate, despertó sobresaltada con los toquidos de Elvia:

-¡Arely, te va a dejar el camión, Arely abre!

En ese momento, Paola despertó a Arely que de un salto se levantó y se metió al baño. El camión estaba a punto de salir y casi por elipsis, de pronto apareció Arely con la cara sonriente y la toalla enredada en el cabello mojado.











Del catálogo de artilugios cinematográficos de los que Julián se había privado en tiempos Pasados y tendría la oportunidad de usar, hoy era el debut de la Steady cam. Malaya la hora en que fue pedida, después de horas de esperar y ensayar, los encargados confesaron la verdadera razón de porque no podíamos tirar la primera toma: habían perdido un tornillo básico para su funcionamiento mientras la trasladaban a las ruinas. Cantú se echó la cámara al hombro y con la ayuda de Jero y Janeck salvó el llamado sin sacrificar los shoots que el director había planeado. Este día, hizo su aparición Giovanna Zacarías como El corazón del cielo.








ADVERSIDADES. Capítulo primero Nuestra audacia citadina no bastó para enfrentar al campo. Hubo que adaptarse a ritmo lento y sereno, pero mientras eso ocurría algunos miembros del crew pagaron la cuota de la madre naturaleza. Para llegar a la locación de hoy, atravesamos kilometros a través del cauce de un río, hasta llegar al pie de un cerro inmenso en la comunidad Rancho Quemado. Lo de menos fue llegar ahí. La verdadera acción comenzó cuando hubo que escalar la cima al borde del desgajamiento.

Esa mañana la cámara esperaba al actor. Becerra venía descalzo con sus kilos de barro encima. Tohui (asistente de producción) prestó sus tenis para que pudiera escalar. Detrás de él, Elvia se esforzaba en escalar. Quería escuchar la aprobación de Cantú y Julián acerca de su maquillaje, quería saber qué lente iban a usar: mala idea. A medio camino, una enorme piedra se desprendió de la nada y cayó encima de su mano. Al borde del llanto, Elvia se mantuvo en equilibrio pese al miedo de caer. La “niña Arely”, la joven aprendiz que muy pronto se había ganado la confianza de su maestra, la tuvo que suplir por ese día.

Pero Elvia no fue la única accidentada. Un chico del Catering rodó y rodó por la falda del cerro tras empeñarse en surtirnos aguas y refrescos (auténtico heroísmo anónimo). Desde lo alto, la cámara registraba a Becerra que, inmenso, parecía figura de acción dejándose cubrir por el inmenso, auténtico rabioso sol.

Al volver, otra vez en expedición, auxiliándonos unos a otros y bajando el equipo en cadena humana, el tercer percance del día se debió a una literal metida de pata de Mario Guerrero. PLOP! Cuál exabrupto de Condorito, dos segundos después estaba metido en una grieta con el tobillo lastimado, eso sí, sin soltar su videoassist que en ese entonces no era otro que una televisión con un VHS integrado.